No tengo un procedimiento específico de escritura. Puede haber muchos disparadores. En general sucede que pueden aparecer mentalmente imágenes o frases que rápidamente transcribo con lo que tengo a mano (si es frente a una computadora abro un archivo de texto, si estoy en otro contexto en una libreta que cargo conmigo todo el tiempo). Una película puede traer también una idea sobre algo fugaz que veo en una escena, pero no es lo habitual, aunque sí en mayor medida lo que estoy leyendo, sea narrativa, ensayo o poesía pueden ser recurrentes llamadores a escribir. Luego esas notas al parecer deshilvanadas van tomando cierta forma, como madurando en lecturas posteriores. Y puede suceder que encuentre conexiones posibles entre esas breves cosas que voy dejando “para un momento después”. Hay como una cierta razón fragmentaria, incluso una experiencia que bordea con lo incomunicable. Me ha pasado muchas veces volver mucho tiempo después y encontrar verdaderas conexiones significantes entre lo que había escrito hace unos años y lo que en ese presente estoy escribiendo, pero sé que está menos del lado del objeto que de esas conexiones que emergen con mis relecturas. 

Rilke decía algo que recuerdo y que siempre me ayuda a la hora de pensar esta experiencia de escribir. Decía: “Es necesario poder pensar en caminos de regiones desconocidas, en encuentros inesperados, en despedidas que hacía tiempo se veían llegar; en días de infancia cuyo misterio no está aún aclarado (…) en enfermedades de infancia que comienzan tan singularmente, con tan profundas y graves transformaciones; en días pasados en las habitaciones tranquilas y recogidas (…) —y aún así no es suficiente incluso saber pensar en todo esto.”

De hecho, hay algo que se produce en el cuerpo al momento de escribir, como una especie de tensión, pero de modo inverso a lo que podría entender cierta metafísica de las sensaciones. En mí opera una cierta suspensión de lo perceptivo, diría. Que no sucede cuando la visión o el oído se enfrentan con otras formas del arte como la pintura, la lectura o la música. Es como la posibilidad de abrirse a un enorme silencio sensorial, donde lo que se produce es un vértigo de palabras que luego van ocupando su lugar, como en un casillero.

Poemas


de “El libro de los helechos”

“Reducid a cenizas un helecho, disolved esas cenizas en agua pura 
y haced que se evapore la solución. Nos quedarán unos bellos 
cristales que tienen la forma de una hoja de helecho”.
Abate Pierre Lorrain de Vallemont, “Curiosités de la Nature 
et de l’Art sur la végetation ou l’Agriculture 
et le Jardinage dans leur perfection. Paris, 1709


§

Considera el reiterado golpetear de unos pistones como un diálogo entre violas y violines: metáforas sonoras que sólo se completan con esfuerzos de observar al que con grasas en las manos cantando las ejecuta. Considéralas también en similares proporciones como cuando por momentos nuestra actitud hacia la fortuna deviene la misma que se tiene sobre la pintura, pero sabiendo que de dicha conjunción de astros dislocados no se tienen hasta hoy precisas noticias sobre su generación.

§

Ve hacia aquello que ves sin intervención alguna del que siempre antes pregunta; dime luego si escriben como hablan, si encienden llamaradas con la misma devoción con que después las apagan; si se miran entre ellos cubriéndose con la mano la cara; si van y vienen de la aldea original con alocado pie que gira como rueda de triciclo.


§

Reconocer en el viento que une la acequia con los prados un punto singular y de partida; verificar en los ejercicios físicos la única justificación de los pecados; dejar a los artistas lo que la industria no puede al prolongar la duración del artificio: que todo se ha vuelto su propio principio, la carne otra fabulación, crueldad lo contemplado.

§

Como quien ve la noche por primera vez y considera a todos los hombres sus hermanos; o como el pájaro que revolotea buscando posarse en errónea precisión del intento. Construyan ustedes el mortero donde triturar los granos, revivan ahora la sorpresa en la rotura del dique –semejante origen no requiere más pruebas.

§

Entre el pétalo y la flor hay una secreta orden devota, como en ese coro de hombres que parecen hoy retornar de una derrota sin fin. No entendemos el acopio del leñador cuando derriba otro árbol, y es quizá la razón por la que en ocasiones nuestro ojo se vuelve a la vez asesino y prestidigitador. Por mirar el cielo del desierto desde un camastro hacemos del mundo entero una objeción: que el grano que aferra una mano torne esa mano verdad pavorosa, que un perfume de aguas ferrosas impregne retoños de álamo infiel, que ese enjambre de abejas nodrizas vuelva un infierno al paraíso del panal


de “La experiencia Proust”

¿quién pintó la rupestrería
primera y loca de las almas?
fue una mujer, con solo el pincel
de sus dedos índice y mayor;
a eso lo llamaron nacimiento
del arte, mecánica insensata
de la luz sobre la superficie
infinita de las cosas; todo fue
y sería desde entonces un desgarro
- no habría dudas sobre la carnalidad
del átomo, sobre la animalidad desnuda
de la piedra; sólo el embotamiento
momentáneo que el gran vino
de las profundidades cavernosas
otorga al que lo bebe
entre brillos y esmaltes

***

no es esa luz otoñal de la tarde
a la que pretendo prestar mi voz:
luz fósil y oblicua que se expande
al rebotar sobre los cenotafios;
lápiz de la única verdad que
acontecía a un niño cuando
reescribía una danza en el aire:
suprimía por un momento
con su verbo infinito el devenir
del mundo; y ya éramos para él
todos nosotros sus futuros
adverbios, su declinar subjuntivo,
los híbridos maestros en la
prestidigitación del tiempo

***

¿cómo será tatuarse un río?
¿un hombre navegando en camalote
y que mira siempre hacia atrás,
hacia las nacientes? ¿o un hilo
de sangre transparente
que espera ser soñado
por un niño?





de “Los sabereres esenciales”


“El mimetismo de ciertas mariposas supera el afán de supervivencia,
y es una forma de belleza desarrollada por el animal por puro instinto”.
Vladimir Nabokov


Nada sabemos del acontecimiento que está cumpliéndose a nuestro
alrededor. Si nuestra ausencia conviene al conjunto de los hechos que
vendrán, si para otros será final o apenas recomienzo. Desconocer ciertos
asuntos es otra forma de conocer o recordar, dice el maestro – conjeturas
junto al fuego: si esos animales que pastan con nosotros responderán con
un simple chasquido de los dedos, si ellos también algún día tendrán sed
de estrellas o hambre de comunidad, si jugarán con monedas pequeñas o
esferillas de vidrio para mantener los músculos en acción, la boca cerrada,
la cabeza en su lugar.

***

Cualquier lugar es siempre hacia donde se viaja, excepto en aquellas
ocasiones en que uno no puede bajarse de la hamaca –desde donde
observa la mendacidad del mundo, respira del polvo matinal su versión
más profana. Lúcida experiencia de seguir avanzando de sentado y
retrocediendo en el tiempo. Beatitud extrema del pájaro y del santo,
disolución perfecta de la nube en la mañana.

***

No se encontrarán aquí con grandes novedades. Una foto observada como quien
observa la infancia, sitios ordinarios donde no se habla de cosas primordiales.
Dos en compañía pero con los ojos de uno solo, esa raza de adivinos que es amiga
del dinero. Apenas un túmulo erigido con tierras de dudosas patrias,
un cadáver animado cruzando rápido la plaza.

***

Nada se entiende de la máscara cómica si se la porta del revés. El péndulo no ha
variado en siglos su perfecto trayecto de hemiciclos. Un niño ha arrebatado
nuevamente a otro niño el juguete más preciado, y se han quedado solos en la
habitación, sordos por la explosión, instantáneos de repente como seres sin
pasado. Puede suceder que pernoctando en la morada de la palabra perdida se
asista a una especie de caza menor: la que obtiene su presa en mitad de la noche,
y la libera sin alas con las primeras horas del día.


Marcelo Rizzi


"Cyanotype impressions", Anna Atkins (Tonbridge, Kent, 1799-1871)

Nací en Rosario en enero de 1961. Hasta los 37 años no me moví de esa ciudad. Cursé allí y dejé inconclusas las licenciaturas en Historia y en Filosofía. Luego residí en el Reino Unido entre 1998 y 2007, donde desarrollé tareas de Diseñador Gráfico, di cursos de Lengua Española, y hacía traducciones para organismos internacionales. Escribo poesía con continuidad desde que comencé mis estudios universitarios.
Tengo publicado los siguientes libros: El comienzo oblicuo de todo desorden (Barcelona, 2001), Sinopie (Mar del Plata, 2003), Casa incompleta (Rosario, 2° premio concurso Felipe Aldana de la Editorial Municipal de Rosario, 2007), La isla de los perros (Córdoba, 2009), y La destrucción (e-book, poesíaargentina.com, 2015). 
Barnacle publicará durante 2018 El libro de los helechos.


Facebook: Marcelo Rizzi

2

Ver comentarios

Cargando